Por: Laura Emilia Pacheco y Adriana Velázquez Morlet
Majestuosa, envuelta en el rumor de las olas, la antigua ciudad maya de Tulum se yergue sobre un acantilado que tiene como telón de fondo el hipnótico Mar Caribe y el inmenso cielo de Quintana Roo.
De día, el color turquesa de las aguas se confunde con el azul profundo del firmamento. De noche, la bóveda celeste parece envolver con un manto cargado de estrellas a Tulum, uno de los sitios que atestiguaron el paso de la civilización más deslumbrante de la América precolombina: la maya.
El tiempo no ha podido borrar la huella indeleble que ésta dejó. Sus orígenes se remontan a tres mil años en el pasado; su desaparición sigue envuelta en mitos. Se cree que la caída de sus grandes ciudades del Clásico se debió a la combinación de severos problemas ambientales –como la falta de agua–, y de conflictos de orden político y religioso.
Los mayas de Tulum fueron grandes arquitectos, escultores, pintores, astrónomos y matemáticos. Los avances que alcanzaron en el campo de las matemáticas, la astronomía y la cuenta del tiempo resultan impresionantes aún para nuestra época.
A pesar de que en esta ciudad se han encontrado inscripciones que datan del año 564 d.C., la mayor parte de los edificios que componen el conjunto de edificaciones se construyó entre los años 1200 y 1450 de nuestra era.
Cuando los conquistadores españoles llegaron a estas costas en 1518, Tulum aún mantenía su intensa vida comercial y religiosa, pero pocos años después, la ciudad quedó casi desierta; convertida en un sitio en donde el único rumor que se escuchaba era el del estallido de las olas y el ocasional chillar de las aves que adornaban la desolación y el olvido en que cayó este lugar. Pero, en su apogeo, Tulum fue un importante puerto y núcleo comercial adonde llegaban mercancías de otras ciudades remotas y artículos que para los mayas tenían muy alto valor, como sal, obsidiana, cacao, algodón y plumas de aves preciosas para ataviar a los gobernantes y a los sacerdotes.
Como todos los puertos a donde arriban cargamentos valiosos, Tulum necesitaba protección contra sus invasores. Las estructuras que conforman el centro principal están contenidas dentro de una muralla con cuatro accesos: uno en la parte central, dos en el lado norte y uno en el lado sur. De aquí que, a principios del siglo veinte, el sitio recibiera el nombre de Tulum, es decir, “muralla” o “fortificación”.
Los templos, palacios, adoratorios y estructuras habitacionales que hoy pueden verse estaban reservados para la nobleza, pero también había espacios dedicados al comercio, a los ritos religiosos y a la administración pública. Los habitantes comunes vivían en la parte exterior de la muralla. Además de importante punto de comercio, por su ubicación, Tulum fue un sitio privilegiado para observar el cielo, el cual los mayas estudiaron con enorme interés.
Obsesionados con el tiempo, realizaron cálculos astronómicos de gran precisión, diagramaron los movimientos de la luna y los planetas, y predijeron con asombrosa exactitud la duración del año solar. Grandes arquitectos, los mayas de Tulum construyeron sus edificios como si estuvieran inscritos en el horizonte, es decir, como si fueran parte del entorno.
Aunque carecían de herramientas de metal, e incluso es probable que no conocieran la rueda, estas edificaciones de piedra caliza se construyeron a base del esfuerzo de cientos de trabajadores que formaban parte de un estricto orden social, encabezado por gobernantes y sacerdotes, considerados emisarios y descendientes de los dioses en la Tierra. Los acontecimientos más importantes de la vida maya quedaron plasmados en un complejo sistema de escritura que combina símbolos fonéticos e ideogramas, así como en sus pinturas murales, de los cuales hay ejemplos magníficos en Tulum.
Casi todas las construcciones pertenecen al último periodo de ocupación prehispánica de la Península de Yucatán; a la época que los arqueólogos denominan Posclásico tardío, que abarca aproximadamente del año 1200 al 1550 de nuestra era. El gran crecimiento poblacional que ocurrió en Tulum entre el año 1200 y 1400 de nuestra era, generó la mayor cantidad de edificios que hay en esta área e incorporó nuevas formas de construcción en las que se reutilizaban elementos provenientes de edificios más antiguos.
Es posible que Tulum haya sido un sitio dedicado al planeta Venus como estrella de la mañana, deidad dual que aquí recibía el nombre de Kukulcán, la serpiente – quetzal, símbolo de la unidad entre el cielo y la tierra. El dios descendente que custodia la entrada de la mayor parte de sus edificios, parece haber sido una representación de este planeta. La importancia de Venus y Kukulcán radica en que ambos estaban asociados a los ciclos agrícolas entre los mayas,
Hay que imaginar cómo se veían los templos, palacios, adoratorios y plataformas de Tulum, no como aparecen ahora, con sus piedras casi desnudas, sino adornados y recubiertos de pintura fundamentalmente blanca, roja y azul, enriquecida por diversas escenas relacionadas con la cosmogonía maya de ese tiempo. Sin embargo, a diferencia de las ciudades mayas de períodos anteriores, que se caracterizaron por la construcción de templos y palacios altos y monumentales, los edificios del Posclásico, como los que hay aquí reflejan un cambio hacia formas más sencillas y menos espectaculares. Muchos edificios tienen nichos encima de las puertas con figuras de dioses y algunos conservan rastros de pinturas murales o templos en la parte superior.
Aunque “Tulum” es el nombre que en tiempos más recientes se dio a la ciudad debido a la muralla que la rodea, según las crónicas que sobrevivieron a la Conquista española, su nombre original parece haber sido el de Zamá, que en maya significa “amanecer”, o “donde el Sol se yergue sobre nosotros”, referencia clara a la importancia que los mayas le daban a la posición y movimiento de los astros, así como a la belleza indudable de la vista que se domina desde aquí. “La ciudad del amanecer” resulta una definición apropiada para un asentamiento construido sobre un acantilado que domina el horizonte por el que nace y muere el sol en su diario recorrido por el firmamento.
En una sociedad como la de los mayas, que dependía de la agricultura para subsistir, y en un territorio donde no existen lagos ni ríos en la superficie, el agua se consideraba algo precioso, de primordial importancia y con un carácter sagrado. Por eso, lograron formidables adelantos en las construcciones de acueductos, cisternas, drenajes, obras hidráulicas, fortalezas, murallas y calzadas
Tulum permaneció oculta durante muchos siglos después de la Conquista. La primera descripción detallada de sus ruinas la publicaron John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood en 1843 en un libro titulado Incidentes de viaje en Yucatán. Gracias a esto, el mundo redescubrió a Tulum cuyos vestigios completamente abandonados se encontraban en magnífico estado de conservación, a tal grado que Stephens y Catherwood pensaron que el sitio había estado habitado hasta poco antes de que ellos lo avistaran. La difusión de sus hallazgos generó un renovado interés no sólo por las ruinas de Tulum sino por la riqueza inexplorada de la antigua cultura maya. Sin embargo, durante las décadas siguientes, el acceso a Tulum estuvo imposibilitado debido al estallido de la llamada Guerra de Castas, con lo cual la llegada de nuevos exploradores y visitantes quedó en suspenso.
Las condiciones de maltrato y explotación llegaron a tal extremo que buena parte de los pueblos mayas organizaron un levantamiento armado que se conoce como Guerra de Castas. El saldo fue terrible: cincuenta por ciento de la población indígena perdió la vida, la industria henequenera se colapsó y muchos pueblos quedaron destruidos. Tulum fue uno de los santuarios de los mayas rebeldes, encabezado por la célebre María Uicab.
Una vez que el conflicto llegó a su fin, a principios del siglo veinte, el arqueólogo, epigrafista y mayista estadounidense Sylvanus G. Morley hizo contribuciones significativas para el estudio de la civilización maya precolombina e inició las excavaciones científicas en Tulum. Posteriormente, a partir de los años treinta, el gobierno mexicano se hizo cargo del sitio en el que, desde entonces, han trabajado muchos arqueólogos que aún no han terminado de descifrar todo lo que Tulum tiene que contar acerca de una historia perdida en el tiempo y sepultada por el verdor de la selva.
Tulum se erige hoy, aquí, como una muestra pequeñísima –pero no por eso menos valiosa— del mundo que habitaron los mayas. Como ellos, nosotros también somos viajeros del tiempo y nuestra época pasará. Sin embargo, mientras estemos aquí busquemos, como lo hicieron los mayas, el equilibrio de fuerzas que nos permita asombrarnos ante todas las maravillas del universo y sentirnos parte de un mundo que nos pertenece a todos por igual.
Foto de portada: Imponente emblema indiscutible de Tulum, el basamento que se conoce con el nombre de El Castillo alude su majestuosidad y a la magnífica visión de este edificio que corona el acantilado desde donde se dominan el Mar Caribe y el paisaje terrestre.