Arqueóloga: Adriana Velazquez Morlet
Los hallazgos arqueológicos espectaculares siempre han atraído la atención de la prensa y del público en general, pues nos remiten a una visión peliculesca del arqueólogo enfrentando peligros para lograr encontrar un antiguo tesoro. En la vida real esto ocurre pocas veces, pues los descubrimientos arqueológicos son el resultado de un trabajo minucioso de meses o incluso de años, revisando archivos, analizando imágenes aéreas, explorando cuevas o excavando montículos o basamentos piramidales.
A pesar de ello, nadie puede negar la inmensa satisfacción que representa realizar un hallazgo que no sólo vuelva popular a una región o sitio arqueológico, sino que aporte información relevante para la comprensión de la historia prehispánica de una zona en estudio, y por ello en esta ocasión recordamos tres hallazgos de gran relevancia para la arqueología de Quintana Roo.
La tumba del Templo del Búho en Dzibanché
El 23 de agosto de 1994, la Arqueóloga Luz Evelia Campaña, quien encabezaba las excavaciones que se realizaban en Dzibanché como parte del Proyecto Arqueológico Sur de Quintana Roo, dirigido por el Dr. Enrique Nalda, realizaba la exploración del Edificio I, un gran basamento escalonado con elementos arquitectónicos de estilo Petén, que presidía la gran plaza que fue el centro de la ciudad durante el período Clásico temprano (250 – 600 d.C.).
Durante la exploración se identificó una marca en el piso del templo superior, que permitió a la arqueóloga encontrar la manera de acceder a una cámara abovedada que resultó estar vacía, por lo que se suspendió la excavación. Meses después decidió continuar la exploración, lo que permitió encontrar una estrecha escalinata en espiral que llevaba a otro espacio vacío, pero al ver que la escalera continuaba, avanzaron la excavación, lo que les facilitó llegar a un nivel donde se encontraron dos incensarios de manufactura temprana, que parecían ser muy prometedores respecto a la posibilidad de encontrar una tumba intacta.
Efectivamente, casi al nivel de la plaza se encontró un recinto que contenía el esqueleto de un individuo de edad avanzada, y en el otro, el esqueleto de un personaje de mediana edad, acompañado de una importante ofrenda constituida por vasijas de cerámica y alabastro, objetos de jade y concha, así como navajas de obsidiana, todos fechados para la primera parte del Clásico temprano (250 – 450 d.C.).
Foto Mediateca INAH – Vaso tetrapode cilíndrico de paredes recto divergente, boca circular, borde redondeado de fondo semicóncavo, base recta con reborde basal y soportes de caja en forma de trapecio invertido, con tapadera circular abóvedada con reborde interior y tiene esculpido a manera de asa, un mono aullador descansando sobre sus cuatro patas con collar de cuentas esféricas y la lengua de fuera elaborada en concha roja.
Pectoral de concha con la representación de un gobernante. Proviene del Templo del Búho. Museo Nacional de Antropología. Foto: Jorge Pérez de Lara / Proyecto Sur de Quintana Roo / INAH.
El hallazgo de esta tumba permitió no sólo contar con valiosa información sobre la iconografía y las costumbres funerarias de los antiguos mayas del sur de Quintana Roo, sino que demostró que los habitantes del Dzibanché construyeron edificios funerarios mucho antes de la construcción del Templo de las Inscripciones de Palenque, donde se encontró la tumba de Pakal.
El descubrimiento del sitio de Ichkabal
A principios de 1995, con el apoyo del Centro INAH Quintana Roo, los arqueólogos Luz Evelia Campaña y Javier López Camacho realizaron una serie de visitas a diversos sitios arqueológicos ubicados en la cercanía del sitio de Dzibanché. Algunos de esos sitios habían sido visitados anteriormente por Peter Harrison (1972) y Fernando Cortés (1984), aunque la información sobre estos era mínima. Utilizando fotografías aéreas e informantes locales, en particular el Sr. Alejandro Cano, habitante del rancho El Suspiro, Campaña y López Camacho también localizaron otros sitios que no habían sido reportados antes; el más importante fue un grupo de edificios monumentales con alturas superiores a los cuarenta metros, al que decidieron darle el nombre de Ichkabal, por encontrarse en un área rodeada de bajos inundables. Una visita posterior, realizada por los investigadores en compañía del Dr. Enrique Nalda, permitió constatar la enorme importancia del sitio.
El sitio arqueológico está integrado por varios grupos arquitectónicos, entre los que destaca el llamado Grupo Principal, conformado por tres enormes basamentos y un grupo de plaza, cuyo eje rector está definido por una enorme aguada cuadrangular, de construcción artificial.
Ichkabal no es sólo un sitio más, que vino a sumarse al inventario de zonas arqueológicas registradas por el INAH, es un hallazgo especialmente importante porque la monumentalidad de sus edificios sólo es comparable a los de Calakmul o El Mirador, lo que evidencia que fueron construidos prácticamente en su totalidad durante el período Preclásico tardío (300 a.C. – 250 d.C.), o incluso antes. Los trabajos arqueológicos realizados por Enrique Nalda a partir de 2008 y por Sandra Balanzario a partir de 2017, han confirmado que se trata de un sitio de construcción muy temprana, que puede aportar información muy valiosa sobre el origen de los sistemas políticos mayas y sus linajes gobernantes.
El hallazgo del cenote Hoyo Negro
En el año 2007, los espeleobuzos Alberto Nava, Alejandro Álvarez y Franco Attolini, realizaban la exploración de una caverna del sistema Actún Hú, unos 10 kms. al norte de Tulum, cuando al seguir uno de los túneles subacuáticos, encontraron una enorme cavidad, que parecía un abismo por su profundidad. Cuando lograron iluminar un poco el área y bajar, observaron que al fondo había una gran cantidad de huesos de mega fauna y, entre ellos, lo que parecía ser un esqueleto humano completo. Por sus características, decidieron nombrar al lugar como “Hoyo Negro”.
Convencidos de la importancia del descubrimiento, decidieron dar aviso al INAH, y la Mtra. Pilar Luna, entonces Subdirectora de Arqueología Subacuática, decidió conformar un equipo multidisciplinario de especialistas, que comenzaron a documentar detalladamente tanto la cueva, como los numerosos restos óseos correspondientes a fauna extinta del Pleistoceno; muy especialmente, los primeros esfuerzos se concentraron en el rescate y estudio del cráneo humano de quien posteriormente sería bautizada como Naia, nombre de las ninfas del agua en la mitología griega.
Comprender la importancia del descubrimiento del esqueleto hallado en un cenote mexicano resulta toda una desvelación de lo que podrían ser los orígenes de los primeros pobladores del hemisferio occidental (Foto: Twitter@1000AMMX) INAH-CULTURA – MEX
El proyecto de investigación que se lleva a cabo en este sitio subacuático, ha permitido conocer detalles muy específicos sobre la vida y la muerte de Naia, pero también sobre las características geofísicas de Hoyo Negro, así como obtener información sobre nuevas especies de perros, perezosos gigante, osos y felinos, entre otros, que se sumarán a los hallazgos de otros animales del Pleistoceno que han realizado otros investigadores del INAH en Quintana Roo.
Los trabajos de digitalización del sitio que actualmente se realizan, permitirán generar un modelo tridimensional de la cueva que pueda ser vista por un público amplio, ya que llegar a Hoyo Negro requiere de un buceo altamente especializado y su acceso está restringido con fines de conservación.
El avance de las técnicas de investigación arqueológica seguramente permitirá que en el futuro cercano puedan realizarse nuevos y espectaculares hallazgos en Quintana Roo; de ahí la importancia de conservar y proteger los sitios arqueológicos aún no explorados, que son una suerte de libros sin leer, que pueden contener una maravillosa historia.