Por Gonzalo Merediz Alonso
Maestro en Biología Ambiental y Forestal
Director ejecutivo de la asociación civil Amigos de Sian Ka’an.
Dos grandes atributos distinguen a Quintana Roo globalmente. Su costa norte es un destino turístico de clase mundial conocido, directa o indirectamente, por millones de personas: el mayor de América Latina. La costa central, en cambio, es tan importante por su riqueza natural y por la belleza de su paisaje que es reconocida como un patrimonio de toda la humanidad.
La propia sociedad mexicana ha apreciado tanto el valor de esa costa que, desde 1986, fue declarada área natural protegida por el presidente de la república. Estamos hablando, precisamente, de la Reserva de la Biosfera Sian Ka’an. Sus arrecifes de coral, selvas, playas, humedales y zonas arqueológicas han facilitado que sea unos de los principales atractivos ecoturísticos de México.
Es tal su valor en ese sentido que, gracias al esfuerzo de las comunidades locales, las autoridades y la sociedad civil, Sian Ka’an dio lugar a la creación de un nuevo destino de naturaleza y cultura: Maya Ka’an.
A lo largo de las décadas, muchas personas han disfrutado de flotar en las aguas cristalinas, entre manglares, en Muyil, o del esnórquel y buceo en Punta Allen. Sus lagunas costeras son una de las capitales mundiales de la pesca deportiva de captura y liberación. Sin embargo, hay otro aspecto de Sian Ka’an del que poco se habla: sus islas y cayos. Hay decenas de ellas a lo largo de sus más de cien kilómetros de playas y arrecifes, y de las orillas de las bahías de la Ascensión y del Espíritu Santo.
Algunas, al estar en medio de grandes masas de agua, son inaccesibles para los depredadores como el mapache, por ejemplo, dando así refugio a muchas especies de aves acuáticas que las utilizan para anidar. Ejemplos de ello son los islotes de la laguna de San Miguel, o los de Cayo Culebras, en la entrada de la bahía de la Ascensión.
Desde lejos, se escuchan los graznidos de los rabihorcados o fragatas, múltiples variedades de garzas, pelícanos, gaviotas, íbices o chocolateras. Con sus alas desplegadas, surcan el cielo cubriéndolo de magníficos colores y formas, posándose frecuentemente sobre las ramas de mangle en los que descansan o construyen sus nidos llenos de polluelos que esperan su alimento.
En una de las zonas más alejadas de la bahía de la Ascensión, tres cayos son una referencia para los pescadores de langosta: Tres Marías, un trío de islotes en cuyas arenas hay una vegetación típica de las costas caribeñas, habitada por grandes iguanas y ocasionales flamencos.
Ambas bahías están separadas por una península, conocida genéricamente como Punta Pájaros, cuajada de islotes, cayos y mogotes de mangle. Todos ellos son espacios para cocodrilos y manatíes, así como para la reproducción de peces y crustáceos, entre muchos otros animales marinos.
Ya de lleno en la bahía del Espíritu Santo se encuentra, frente a la colonia de pescadores de Punta Herrero, la isla de Chal, posiblemente la más grande de la reserva, aunque ese título podría también corresponder a la franja de tierra que corre desde Punta Allen hasta Boca Paila, al norte. Justamente esa bocana que la separa de tierra firme podría permitir catalogarla como isla, aunque desde hace muchos años un puente, de madera primero y de concreto después, le da el carácter de península.
A lo largo de la historia, las islas de Sian Ka’an, rodeadas por las transparentes aguas turquesas del Caribe, fueron posiblemente escondite de piratas y refugio de náufragos que encallaban en el arrecife. Con seguridad, también estaban habitadas, como muchos otros cayos de Quintana Roo, por la foca monje del Caribe, un espectacular mamífero, trágicamente eliminado por completo desde los años cincuenta del siglo XX. Se trata de una de las extinciones animales más tristemente significativas de nuestro país producto de la cacería y la ocupación de las islas por el ser humano. Se trata de una lección que no debemos olvidar y que no podemos permitir que vuelva a pasar.
Los humedales de agua dulce, tierra adentro, están salpicados por montículos cubiertos de vegetación selvática que podrían clasificarse como islotes. Se trata de los petenes que, precisamente por ser elevaciones de terreno en medio de los pantanos inundables, permiten el crecimiento de árboles que de otra manera no podrían vivir con sus raíces dentro del agua. Gracias a los petenes, la biodiversidad de los humedales se incrementa notablemente pues en ellos habitan jaguares, venados e innumerables aves típicas de las selvas del interior.
La combinación de blancos, azules y verdes, que cubren las islas y todo el paisaje, se mezcla en el horizonte dando lugar al hermoso mito que da nombre a este tesoro de Quintana Roo: el lugar donde nace el cielo, un paraíso apreciado y aprovechado por los mayas de antes y de ahora, por los pescadores que en el siglo XX colonizaron esa costa, por los productores de coco que la desmontaron, y por muchos mexicanos y visitantes que la admiran y disfrutan.
De hecho, las cooperativas turísticas de Punta Allen ofrecen al público excursiones a Cayo Culebras después de haber visto el nado de delfines o de un buen rato de esnórquel entre peces y corales. Las de Punta Herrero, en cambio, pueden acercar a los turistas a la isla de Chal y a muchos otros cayos de la bahía del Espíritu Santo.
Las islas de Sian Ka’an son, como manda nuestra constitución, propiedad de la nación, un tesoro de todos los mexicanos y un patrimonio de todos los seres humanos de ayer, de hoy y de los siglos que vendrán. Tenemos una responsabilidad cuya magnitud nos obliga a cuidarlas, aprovecharlas con inteligencia, y disfrutarlas como a todos los demás paraísos que nos ofrecen Maya Ka’an y todo el increíble Caribe mexicano.