Por: Adriana Velazquez Morlet
La ciudad amurallada de Tulum es, en su conjunto, un sitio excepcional por la extraordinaria preservación de sus edificios, la riqueza de su pintura mural y su maravilloso emplazamiento frente al mar Caribe; cada uno de sus edificios tiene detalles individuales que hacen de su visita, una experiencia grata y enriquecedora. De entre todos los edificios que actualmente pueden visitarse, destaca el Edificio 16, también conocido como Edificio de las Pinturas o Templo de los Frescos.
A pesar de que Tulum fue uno de los primeros sitios avistados por los conquistadores españoles, las crónicas del siglo XVI sólo parecen hacer referencia a El Castillo y las estructuras que podían verse desde el mar; y aunque hay una breve mención al sitio hecha por Juan José Galvez a Juan Pío Pérez en 1840, la primera descripción del edificio al que aquí vamos a referirnos, fue realizada por John Stephens a mediados del s. XIX, quien describió la decoración exterior del edificio así como sus pinturas interiores, que no pudo apreciar plenamente puesto que “están verdes y enmohecidas por la exuberante vegetación que sofoca al edificio” (Stephens, 1843: 403); su compañero de aventuras, Frederick Catherwood, hizo un hermoso grabado de la estructura, que acompaña la edición del libro.
Poco después de la visita de los famosos exploradores Stephens y Catherwood, inició la prolongada rebelión indígena conocida como Guerra de Castas, quedando Tulum dentro del territorio rebelde; para 1871, el sitio era uno de los santuarios de las Cruces Parlantes, y estaba liderado por la sacerdotisa María Uicab.
Terminada la guerra, los posteriores visitantes pueden ya considerarse como miembros de la incipiente disciplina arqueológica; entre ellos, debe mencionarse a William H. Holmes (1895), George P. Howe (1911), William D. Parmelée, el Príncipe Wilhelm de Suecia, y por supuesto al célebre Sylvanus G. Morley, quien organizó la primera expedición de la Institución Carnegie en 1916, y posteriormente en 1918 y 1922 acompañaron a Morley en estas expediciones, algunos importantes académicos y exploradores como Oliver Ricketson, Thomas Gann y Samuel K. Lothrop, quien escribió el detallado estudio Tulum: an Archaeological Study of the East Coast of Quintana Roo (1924), que continúa siendo uno de los textos de referencia fundamental sobre la arquitectura de la región. En esta publicación, el autor presenta una detallada descripción del Edificio 16 y sus pinturas, identificando algunas de las divinidades mostradas, entre ellas, los dioses D (Itzamnaaj), E (Dios del Maíz), B y K, así como las serpientes entrelazadas y los motivos celestes que rematan los muros; Lothrop menciona que el fondo de estos frescos está pintado en un “vívido azul verde, el color del agua visto desde el acantilado de Tulum” (Lothrop, 1924: 54).
Acerca de su arquitectura señaló que “estructuralmente es excepcionalmente interesante debido a sus varios períodos de crecimiento” (op cit: 92), pues identifica hasta cinco etapas constructivas. Entusiasmado por su distribución, sus pinturas y sus elementos decorativos, Lothrop dijo que el Edificio 16 “probablemente revela el esplendor de la arquitectura maya en su estado prístino, más que ningún otro edificio hasta ahora descubierto (Ibídem: 93 – 94).
Es probable que la extensiva limpieza y desmonte realizados por los miembros de la expedición Carnegie entre 1916 y 1922 aunados a la falta de trabajos de conservación, hayan ocasionado que el Edificio de las Pinturas y otras estructuras del sitio hayan sufrido importantes deterioros durante ese tiempo. Cuando Miguel Ángel Fernández, arqueólogo del incipiente Instituto Nacional de Antropología e Historia llegó al sitio en 1938 a fin de realizar trabajos de “reconstrucción y exploración”, encontró que era urgente iniciar trabajos que permitieran estabilizar las estructuras.
Por lo que, en el caso del Edificio 16, “uno de los templos más bellos de Tulum” (Fernández, 1945 a: 111) realizó las primeras acciones de restauración en la fachada, cuya esquina noroeste para entonces, hacía al menos diez años que se había derrumbado. Debido a que en esa época, las técnicas de conservación arqueológica se encontraban en ciernes, Fernández, quien además de arqueólogo era pintor, tuvo que utilizar ácido muriático para limpiar las concreciones de carbonatos que al paso del tiempo se habían formado en la superficie de las pinturas.
En una publicación realizada conjuntamente con el arqueólogo César Lizardi y el artista Rómulo Rozo, Fernández señaló que las pinturas del Edificio 16 “fueron hechas a mano libre, sobre un revoco muy fino de cal, acusan gran maestría y están hechas con pincel, redondo.. El fondo es negro y las figuras llevan filetes verdes y cafés. La parte dibujada por nosotros, como el resto de los frescos, acusa influencia y procedimientos de códice nahua’ (Fernández, Lizardi y Rozo, 1945) Acerca de su interpretación, los autores comentan que “tratase de escenas relacionadas con la fertilidad (así parecen indicarlo las cabezas de sierpe y los cuerpos entrelazados de ésta, que forman los marcos y subdivisiones de los tableros del fresco).
Los frutos y flores, que abundan en esta pintura, los primeros como vainas, así como la estilización de la mazorca o espiga del maíz, el alimento por excelencia, indican también el sentido agrícola, y de fijo propiciatorio, de este fresco” (Ibídem: 118). Después de la intervención de Miguel Ángel Fernández, William T. Sanders realizó la primera excavación arqueológica en Tulum con el fin de establecer una cronología (1960), y poco tiempo después, la apertura de la carretera pavimentada entre Carrillo Puerto y Tulum (1969), y posteriormente entre Playa del Carmen y Tulum (1972) habrían de iniciar la época turística de Tulum y su inserción en el mercado.
El inicio de los años setenta, asimismo, marcó el inicio de una intervención más intensa y directa por parte del INAH, tanto en la custodia del sitio, como en la realización de diversos trabajos de investigación, conservación y mantenimiento. En 1972, Arthur G. Miller inició un proyecto de investigación enfocado en el estudio de la tradición de la pintura mural en el área de Tancah – Tulum (Miller, 1982). Como resultado de éste, el autor propuso que en el Postclásico medio (ca. 1200 – 1400 d.C.), las pinturas murales de la zona mostraron importantes cambios con relación a períodos previos, como la reducción en la escala de las figuras y la adopción de un estilo más lineal para presentarlas.
En esta época se habría iniciado el estilo pictórico que en algún tiempo fue conocido como “estilo có – dice”, debido a que George Vaillant (1940) lo vinculó con la región mixteca de Oaxaca y Puebla, por la similitud de sus trazos con los de códices y cerámica de aquella región, así como con los de algunos ma – nuscritos mayas de la misma época, especialmente el Madrid. A las pinturas murales que aquí nos ocupan también se les ha identificado con el llamado “estilo internacional” definido por Donald Robertson (1970), por compartir algunos elementos iconográficos con diversas regiones de Mesoamérica (ver también Boo – ne y Smith, 2003).
Es también en este tiempo cuando se habrían pintado los murales ya desaparecidos del sitio de Santa Rita Corozal (Belice), así como los del Templo de las Pinturas de Cobá. El inicio de los años setenta, asimismo, marcó el inicio de una intervención más intensa y directa por parte del INAH, tanto en la custodia del sitio, como en la realización de diversos trabajos de investigación, conservación y mantenimiento. En 1972, Arthur G. Miller inició un proyecto de investigación enfocado en el estudio de la tradición de la pintura mural en el área de Tancah – Tulum (Miller, 1982).
Como resultado de éste, el autor propuso que en el Postclásico medio (ca. 1200 – 1400 d.C.), las pinturas murales de la zona mostraron importantes cambios con relación a períodos previos, como la reducción en la escala de las figuras y la adopción de un estilo más lineal para presentarlas. En esta época se habría iniciado el estilo pictórico que en algún tiempo fue conocido como “estilo códice”, debido a que George Vaillant (1940) lo vinculó con la región mixteca de Oaxaca y Puebla, por la similitud de sus trazos con los de códices y cerámica de aquella región, así como con los de algunos manuscritos mayas de la misma época, especialmente el Madrid.
A las pinturas murales que aquí nos ocupan también se les ha identificado con el llamado “estilo internacional” definido por Donald Robertson (1970), por compartir algunos elementos iconográficos con diversas regiones de Mesoamérica (ver también Boone y Smith, 2003). Es también en este tiempo cuando se habrían pintado los murales ya desaparecidos del sitio de Santa Rita Corozal (Belice), así como los del Templo de las Pinturas de Cobá.
El desarrollo de la técnica mural en el Postclásico tardío representa, según Miller (op cit: 55) un cambio radical, ya que las obras de este tiempo evidencian una gran riqueza en su complejidad artística y en su ejecución. Un mayor control de las líneas y un mejor manejo de los colores, probablemente son indicativos del uso de pinceles y brochas mejor diseñados. El rasgo más sobresaliente de estos murales, es el buen control de las líneas y el manejo de los grosores de estas, que permiten un efecto óptico de gran calidad. Según Miller, las pinturas postclásicas de Tulum muestran figuras de perfil (humanas o animales); sin embargo, los objetos (glifos, ofrendas, etc.) son presentados de frente.
En ambos casos, la posición de las representaciones trata de dar claridad a la escena, para que todos los elementos sean claramente reconocibles y sea muy evidente el contenido de las imágenes. De acuerdo con este autor, la iconografía de las pinturas del Edificio 16 se relaciona con temas ideológicos vinculados al nacimiento y al renacimiento, así como al paso del Inframundo al Mundo Intermedio, donde Venus y el Sol también tienen papeles muy relevantes. La tesis de Miller es que los santuarios de Tulum habrían estado dedicados a rituales en los que habrían participado peregrinos de diversos lugares y los cuales también habrían estado relacionados con el comercio a larga distancia.
Es decir, en la idea de Miller, lo sagrado y lo profano estarían íntimamente ligados a Tulum porque la actividad comercial habría servido como la base económica para que esta ciudad se hubiera convertido en un gran centro ceremonial. Por otro lado, en un estudio más reciente, Karl Taube (2010), hace énfasis en los diseños florales identificados en las pinturas de Tulum, a los que ve no solamente como elementos ornamentales, sino como la representación del espíritu de la vida y el paraíso del Sol (op cit: 146).
Para este investigador, muchos de los elementos de los murales: las serpientes emplumadas presentadas como elementos entrelazados, las plumas de quetzal y las cuentas de jade, son alusiones al rumbo Este, el lugar donde nace el Sol y de donde vienen las lluvias, por lo que, junto con el emplazamiento de Tulum en la costa oriental de la Península, tendrían un profundo significado simbólico y serían la razón de ser principal de las pinturas (ver también Paxton, 2001), así como del “estilo internacional” y de un grupo de elementos iconográficos a los que identifica como “Complejo Florido Mundial”, que habría sido difundido en buena parte de Mesoamérica.
Taube también propone que la escena principal del interior del Edificio de las Pinturas muestra una versión Postclásica muy elaborada del Monstruo de la Montaña Witz, que tuviera una enorme importancia en la iconografía del período Clásico (Taube, op cit: 178); está conformada por las cabezas de dos serpientes con las fauces hacia arriba, ornamentadas con flores y plantas de calabaza, por lo que, según Taube, probablemente se trate de una Montaña Florida.
Las dos montañas que conforman la escena, sirven como contención de un cuerpo acuático que bien podría tratarse del mar Caribe, pues se aprecian una raya y un pez nadando en sus aguas. Estos elementos podrían ser una metáfora de la emergencia del maíz y los humanos de la superficie de la tierra (ibídem); siguiendo al autor, “[en] Tulum, este evento mítico de emergencia se repite diariamente cuando el sol, con los dioses y los ancestros, se eleva desde el Camino Florido de las aguas orientales del mar Caribe” (op cit: 179).
La conclusión de Taube respecto al Edificio de las Pinturas y otras estructuras importantes de Tulum, es que incluso la ornamentación exterior de estas refuerza la idea de que la iconografía del sitio está fuertemente vinculada al renacimiento, pues las flores que adornan la fachada del E-16 y los rostros de ancianos que enmarcan sus esquinas (el motivo del anciano montaña), convierten al edificio completo en una Montaña Florida.
Es difícil asegurar que las pinturas murales del Edificio 16 tengan una componente multiétnica o que realmente se asocien a un estilo internacional que evidentemente se vincula al concepto de sistemas mundiales; también genera dudas que el simbolismo de las pinturas esté asociado a la idea de que Tulum fue un centro de comercial y de peregrinaje, pero lo que sí es muy evidente, es la belleza y riqueza de las pinturas del Templo de los Frescos y la intención de sus artistas por representar allí al mar Caribe.
El visitante no debe perder de vista que las pinturas murales del Edificio 16 de Tulum son las más complejas y mejor preservadas del Postclásico tardío maya, como bien lo ha señalado Taube (op cit: 146).
Fotografía de portada: archivo INAH.