Por: Arqueóloga, Adriana Velazquez Morlet
La historia está hecha de pequeñas piezas de un gran rompecabezas y nunca sabemos dónde y cuándo vamos a encontrar la siguiente.
Si bien en los últimos años las noticias sobre el hallazgo de restos óseos humanos del Pleistoceno en cuevas inundadas de Tulum se han vuelto relativamente frecuente, hay que recordar que los primeros hallazgos de este tipo de elementos fueron realizados muy recientemente, a partir de que en el año 2000, el INAH, con el apoyo de numerosos espeleobuzos y diversas instituciones académicas internacionales, comenzó el registro de la evidencia fósil y arqueológica que se conserva en los cenotes y cavernas inundadas de la Península de Yucatán y, especialmente en el área de Tulum, en el Estado de Quintana Roo.
Los primeros esqueletos precerámicos recuperados en el área fueron los de El Templo, Las Palmas y Naharón, que se conservaron casi en un 80%, a partir de los cuales comenzó a construirse la hipótesis de que hubo una importante ocupación humana en la costa del actual Quintana Roo al menos hace 13 mil años.
Posteriormente fueron registrados los de Chan Hol, El Pit, Muknal y, por supuesto, Hoyo Negro, que ha cobrado especial relevancia internacional por su antigüedad y por su extraordinario estado de conservación. Los restos del esqueleto humano al que los investigadores llamaron Naia, fueron encontrados en el año 2007, cuando los espeleobuzos Alberto Nava, Alejandro Álvarez, Franco Attolini y posteriormente Roberto Chávez, exploraban una de las numerosas cuevas sumergidas que se encuentran en el área de Tulum, y que conforman el sistema Sac Actún, actualmente el sistema de cavernas más extenso del mundo con 347 kilómetros de longitud y una extensión vertical de hasta 127 metros.
Durante sus primeros recorridos por la cueva a la que después nombraron como Hoyo Negro, los exploradores Nava, Álvarez y Attolini encontraron una enorme oquedad de 62 metros de diámetro y 55 de profundidad, en cuyo fondo pudieron observar una enorme cantidad de huesos de animales del período Pleistoceno tardío (18 000 – 11 000 antes del presente) entre ellos, el que parecía ser un esqueleto humano. Convencidos de que se trataba de un descubrimiento muy importante, los buzos contactaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia, en particular a la Mtra. Pilar Luna Erreguerena, quien durante muchos años ha liderado la investigación arqueológica subacuática en México.
Al constatar que se trataba de un esqueleto humano que, por el contexto en el que se encontraba, tendría que tener una enorme antigüedad, el INAH conformó a un grupo de investigadores de diversas disciplinas y países de origen, con el fin de poder estudiar científicamente al Hoyo Negro y todos los restos y evidencia que contiene.
Inicialmente, los integrantes del proyecto realizaron un registro detallado del sitio, que les permitió comenzar a armar un fotomosaico de la caverna en el que ubicaron con precisión los diversos elementos óseos que se registraban; también realizaron estudios químicos del agua y del entorno ambiental de Hoyo Negro, con lo que trazaron una estrategia para la extracción de los restos. Antes de traerlos a la superficie, los huesos humanos pudieron comenzar a ser estudiados gracias a las detalladas fotografías realizadas por los espeleobuzos.
El Dr. James Chatters, codirector del proyecto y experto forense, pudo observar que el cráneo correspondía al de una mujer joven, por lo que los integrantes del equipo de investigación decidieron nombrarla como Naia, en honor a las náyades, que en la mitología griega eran las ninfas que habitaban en aguas dulces. Después de una cuidadosa planeación, los restos de Naia finalmente pudieron comenzar a ser extraídos de las profundidades del Hoyo Negro, pero una vez fuera, comenzaba un nuevo capítulo en la historia de esta joven, pues sus huesos tuvieron que ser sometidos a un largo proceso de conservación y estudios biomédicos que permitieron obtener valiosa información acerca de los primeros pobladores de América y la manera en la que se adaptaron al ambiente de lo que es hoy la península de Yucatán.
La investigación en la que participó el Dr. Chatters, así como numerosos especialistas del INAH y la Universidad de Yucatán, permitieron saber que Naia tenía entre 15 y 17 años al morir, medía poco más de 1.50 m. y pesaba apenas 50.36 kilos; tenía problemas de crecimiento, había llevado una vida muy dura, pasado hambre y ya había sido madre por lo menos una vez.
El análisis de los restos óseos y también de la cavidad de Hoyo Negro, han hecho posible proponer la hipótesis de que Naia entró caminando a la caverna, posiblemente buscando agua, cuando esta se encontraba seca debido a que el congelamiento de parte de los mares del mundo ocasionó que los niveles marítimos fueran mucho más bajos que actualmente. Al adentrarse y perder la visibilidad por la falta de luz, no habría visto el abismo y habría caído, muriendo casi instantáneamente o poco después.
El fechamiento de los restos de Naia fue posible por la datación con Carbono-14 del esmalte de sus dientes, que arrojó una edad máxima de hace 12 900 años. Las acumulaciones de carbonato de calcio que cayeron sobre los huesos de Naia al paso del tiempo, fueron fechados en 12 000 años, por el método de Uranio-Torio, lo que refuerza la cronología propuesta por los especialistas y la convierte en uno de los esqueletos humanos más antiguos conocidos en el continente.
Por otro lado, los estudios del ADN mitocondrial de Naia han mostrado que hubo un vínculo genético entre los más antiguos pobladores de América y los modernos nativos americanos, puesto que se encontró que Naia tenía el haplogrupo D1 (los haplogrupos son las ramas del árbol familiar del Homo Sapiens) exclusivo de los actuales indígenas americanos. Por tanto, este hallazgo permitió confirmar la relación entre los primeros pobladores del continente, también llamados Paleoamericanos, que llegaron desde Siberia por el estrecho de Bering y los grupos de nativos americanos contemporáneos.
Además del esqueleto de Naia, en Hoyo Negro se han identificado los restos de 42 animales del periodo Pleistoceno tardío, correspondientes a 13 especies, siete de ellas ya extintas como el gonfoterio, tigre dientes de sable, tres tipos de perezosos gigantes, oso tremarctino y un cánido parecido al lobo sudamericano, según han indicado los Drs. Blaine Schubert y Joaquín Arroyo, también integrantes del proyecto. Al igual que Naia, todos estos animales cayeron al abismo de la caverna, algunos miles de años antes que ella y otros quizás en la misma época.
En su conjunto, los hallazgos de Hoyo Negro conforman una “capsula del tiempo” excepcional que seguirá brindando información muy relevante sobre el medio ambiente y las condiciones de vida de los primeros habitantes de Tulum. Aún habrá que comparar sus características con las de los demás esqueletos encontrados en el área, contrastar sus fechamientos y determinar si corresponden a una o a varias oleadas de migrantes con diferentes características y orígenes.
Pero para que eso suceda, es necesario que todos hagamos un esfuerzo por conservar las cuevas y cenotes de Tulum, por no contaminarlos y por no remover ningún elemento arqueológico o paleontológico, por pequeño que parezca. La historia está hecha de pequeñas piezas de un gran rompecabezas y nunca sabemos dónde y cuándo vamos a encontrar la siguiente.
Fotografía de portada: archivo INAH
Creador: Paul Nicklen Copyright: Paul Nicklen