Por el Doctor Juan J. Schmitter-Soto
El Colegio de la Frontera Sur.
Si usted visita Tulum y le mencionan el tema de los peces, muy probablemente pensará en la miríada de pargos, meros, damiselas, peces ángel y demás coloridos habitantes del arrecife de coral. Incluso tal vez habrá podido observarlos en vivo, ya sea con buceo autónomo o mediante esnórquel. En el Caribe mexicano, hay no menos de 600 especies de peces marinos.
Quizá menos diversos, pero no menos interesantes e importantes, y en mi opinión no menos bonitos, son los peces dulceacuícolas de los cenotes, las lagunas y los manglares del área de Tulum, y también es factible, disfrutable y sencillo visitarlos en su ambiente natural.
Aquí, como en todo el norte de Centroamérica y sur de México, dominan dos principales grupos de peces de agua dulce: las mojarras de la familia Cichlidae y los gupis y molis de la familia Poeciliidae.
Las mojarras tienen interés como recurso alimenticio de consumo local en algunas comunidades rurales, en especial las de mayor tamaño, como la bocona o tenguayaca, que en su nombre científico, Petenia splendida, hace referencia no sólo al sitio donde fue descubierta (el lago Petén Itzá, en Guatemala), sino también a su espléndido sabor. Destacan también la mojarra paleta o pinta, la rayada o castarrica y de menor tamaño, pero más vistosa, la que en su madurez puede adquirir un brillante color rojo intenso en la región de la garganta y el vientre.
En los cenotes cercanos a Tulum y también en los canales y lagunas de la Reserva de la Biósfera de Sian Ka’an, en Muyil y Chunyaxché, es posible observar, sobre todo de mayo a julio, parejas de estas mojarras que cuidan a una nube de pequeños pececillos: sus crías. Si encuentra usted este espectáculo, es prudente guardar distancia, respetar la intimidad de esa familia, pues si ahuyenta a los padres es muy posible que algún otro pez aproveche para comerse a las crías como aperitivo.
Los gupis y molis (o, en mejor español, los guayacones y topones) son peces de tamaño menor que las mojarras y tienen un cuerpo proporcionalmente más alargado. A diferencia de las mojarras y de la mayoría de los demás peces, que son ovíparos, los gupis son vivíparos, es decir, dan a luz a sus crías vivas en vez de poner huevos. De hecho, se pueden distinguir ambos sexos: los machos suelen ser más coloridos que las hembras y, además, su aleta anal, en la parte inferior posterior del cuerpo, está modificada a manera de un órgano sexual. Con suerte, en algún cenote podrá usted ver a especies como el moli de vela, Poecilia velifera, desplegando su brillante aleta dorsal con tonos metálicos azules y amarillos, haciendo la corte a las hembras del vecindario, con miras más que románticas.
Otros habitantes comunes en los ambientes de agua dulce alrededor de Tulum son la sardinita o pepesca y el bagre o, como le llaman los mayas, boox, es decir, “negro”, por su color predominante, o quizá porque es más activo durante la noche. La sardinita es un pez plateado que puede formar grandes cardúmenes, es más activo de día y come de todo. En cambio, el bagre varía su alimentación según su hábitat: si está en lagunas o pantanos, suele alimentarse del sedimento del fondo, pero si está en cenotes, a menudo se convierte en carnívoro, en depredador de peces de menor tamaño.
En algunos cenotes, podrá usted encontrar a los peces conocidos como gobios o dormilones. En vez de estar nadando, prefieren quedarse quietos sobre el lodo o sobre rocas, emboscando a sus presas, que generalmente son crustáceos de tamaño pequeño, aunque hay un dormilón que busca más bien peces y tiene la mandíbula y los dientes suficientes como para zamparse a una mojarrita.
En caletas y manglares bien comunicadas con el mar, la lista de peces presentes se amplía con los que entran desde el mar, gracias a su tolerancia al agua menos salada que la marina, o incluso al agua casi dulce. Se pueden encontrar entonces pargos (sobre todo el pargo mulato), y especies de interés en la pesca deportiva, como el macabí y el sábalo.
Finalmente, si aprende uno a bucear en caverna y se aleja del cuerpo abierto del cenote para adentrarse en los túneles de oscuridad perpetua, con suerte se puede encontrar a las dos especies de peces cavernícolas de la península de Yucatán: la dama blanca y la anguila ciega. Ambos carecen de ojos y son totalmente blancos, sin pigmento; la falta de visión la suplen con poros y papilas muy sensibles a lo que se mueva en el agua. Ambos se consideran amenazados de extinción, sobre todo por la contaminación del agua, de modo que es una buena noticia que el transporte principal de la región sea pronto un tren eléctrico y no tantos vehículos automotores, aunque desde luego será crucial también limitar la expansión urbana y cuidar la disposición de aguas residuales.
Otra amenaza para todos los peces dulceacuícolas costeros de la península es la tala del manglar, usual en desarrollos turísticos. Nuevamente, es afortunado que el Tren Maya no pase por manglar alguno, y también es de encomiarse que en muchos cenotes de uso turístico se respetan los juncos y demás plantas de la orilla en vez de poner un perímetro de piedra o cemento, como si fuera una alberca, como se hacía antes. Al remover la vegetación acuática, la amplia mayoría de las especies de peces pierden importantes sitios para refugiarse de depredadores o para reproducirse.
En su próxima inmersión en cenotes y lagunas de Tulum, mire con atención a los peces. Descubrirlos en sus quehaceres, en su hábitat natural y no en un acuario, es un placer y un privilegio.