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La virgen que vino del mar

Por el Maestro Agustín Labrada

Poeta, narrador, ensayista y periodista.

Más de cien embarcaciones surcaron esas aguas que escinden a Isla Mujeres de Contoy o Isla de los Pájaros, el diecisiete de septiembre de 1998, en una procesión religiosa dispuesta para conducir la imagen de la Virgen de la Caridad hacia una nueva capilla. Gracias a las crónicas escritas por Fidel Villanueva Madrid, pudo trascender ese episodio colorido que responde a una añeja tradición.

Sucede, como afirma el cronista, que el pueblo isleño —esencialmente integrado por pescadores y hombres de mar— le rinde culto, como en otras comunidades caribeñas, a la Virgen de la Caridad: patrona de Cuba que se sincretiza en la santería con una deidad yoruba (Oshún) y protege a náufragos y marinos. Esa hermandad en la fe intensifica el cariño entre dos islas.

En la narrativa periodística de Fidel Villanueva, se salva (salpicado de testimonios) un acontecimiento que encabezó el párroco español Eduardo Pérez e incide en la continuidad de un culto que se despliega en Isla Mujeres, según investigaciones que hizo Fidel, desde 1924, aunque hay noticias de que la virgen llegó allí con inmigrantes cubanos hacia el siglo XVIII y ya se le idolatraba en el XIX.

Más de cien embarcaciones surcaron esas aguas que escinden a Isla Mujeres de Contoy o Isla de los Pájaros, el diecisiete de septiembre de 1998, en una procesión religiosa dispuesta para conducir la imagen de la Virgen de la Caridad hacia una nueva capilla.

De antecedentes hispánicos, como la mayoría de los cultos marianos en América, el mito de la Virgen de la Caridad en el Caribe comienza un amanecer del siglo XVII cuando tres pescadores (que viajaban en una canoa) encontraron la imagen en medio de la Bahía de Nipe y luego, los tres Juanes, como los reconoció la historia popular, la llevaron hacia el interior del país.

Con el tiempo, la virgen fue a dar a las Minas del Cobre y, tras un largo proceso de asimilación, fue trasmutada en la patrona de Cuba y de todos los pescadores. Su fisonomía mestiza (ni negra ni blanca) y su aureola de amor destinado a los pobres hizo que el pueblo cubano la considerase pronto como parte de su identidad, se le atribuyesen milagros y se le hicieran promesas.

Entre esos muchos milagros, que expande la mitología católica insular, está el que la virgen salvase de un naufragio a unos marinos cubanos que pescaban frente a las costas de Argentina. Entre las tantas ofrendas que hay en su santuario está la medalla obtenida por el estadounidense Ernest Hemingway, autor de la novela El viejo y el mar, al ganar el Premio Nobel de Literatura.

En sus indagaciones históricas, Fidel Villanueva Madrid recoge los recuerdos del agricultor y político isleño Buenaventura Ramírez Campo, quien relata cómo su abuela Candita quedó extraviada en medio del monte —que hacia 1923 dividía al barrio Cañotal del pueblo— bajo una fuerte tormenta, y debido a sus rezos fue salvada milagrosamente por la Virgen de la Caridad.

Desde entonces, cada año se venera a la Caridad en Isla Mujeres. La primera imagen de Candita —ofrecida por pescadores cubanos— aún existe, pero a lo largo del siglo hubo otras elaboradas por ebanistas y artesanos de la Ciudad de México, Yucatán, Hidalgo, Coahuila…, y finalmente —la que hoy permanece en el Santuario de Contoy— fue traída desde Santiago de Cuba.

Así describe Fidel el ritual católico: “…las novenas son el ingrediente principal, comprende el rosario completo, la novena cantada, y la distribución de alimentos que preparan los hermanos y las hermanas, cada uno la noche que les toca. El último día, existe la tradición desde 1924, Porfirio Martínez (como hermano mayor) reparte comida a cada hermano o hermana en sus casas.

Más de cien embarcaciones surcaron esas aguas que escinden a Isla Mujeres de Contoy o Isla de los Pájaros, el diecisiete de septiembre de 1998, en una procesión religiosa dispuesta para conducir la imagen de la Virgen de la Caridad hacia una nueva capilla.

“La festividad empieza el 31 de agosto con la bajada de la virgen, que se lleva en procesión desde la iglesia hasta la casa del hermano mayor, donde acuden cada noche hermanos y hermanas para cumplir sus promesas o mandas. El día ocho de septiembre, día de su aniversario, se añade una fiesta popular donde hay igual piñatas para los pequeños que baile para los grandes.”

A tales milagros los respaldan numerosas anécdotas en Isla Mujeres, casi todas enlazadas con pescadores sorprendidos por vientos y lluvias en el mar que (rezándole a la virgen) han regresado ilesos a casa. Esas historias, llenas de riesgos y encantamientos, deslumbran por su verosímil fantasía a los turistas del país y el mundo que abordan cada mañana la pequeña isla.

Son muchos los isleños que han demostrado su fe a “Cachita” de múltiples maneras, siempre con el respeto lúdico propio del Caribe. Sus nombres no cabrían en estas páginas, tan sólo recordemos (como ejemplos) algunos: Socorro Paz, Isela Carrillo, Eligio Trejo, Adolfo Delgado, Lourdes Castillo, Elidé Paz, Germán Sierra, Manuel Burgos, Baltazar Sierra, Laudalina Coral…

Diferentes lanchas de aquella procesión narrada tenían y aún poseen curiosos nombres de mujeres: Virginia, Reina, Rita, Maggy, Argelia, Gina, Macarena, Libertad, Cinthia, Viviana, Paloma, Rebeca, Esmeralda, Amaranta, Mónica, Roxana, Fátima, Doralinda, Blanca Beatriz, Anabel, Conchita, Teresita, Josefina, Sarai, Anet, Gloria Judith, Diana Luis, Juanita y Silvia Alejandra.

La Virgen de la Caridad viajó a bordo de Regina entre globos y banderas, como corresponde a una virgen alegre, en cuyo vestuario amarillo —el color de Oshún o la “Afrodita lucumí”, según el antropólogo Fernando Ortiz— se encuentra reflejado el Universo. Durante el viaje, llovía a lo lejos para recordar a los devotos que no temiesen, pues estaban protegidos entre las aguas.

La virgen quedó en su nueva capilla, en Playa de Caleta, Contoy, como antes estuvo en otros recintos de Isla Mujeres para su adoración y culto. Los pescadores se turnan para cuidarla y ella a su vez cuida a los pescadores. Cada año se repite el homenaje y algunos entonan un son de Miguel Matamoros: “Yo no quiero flores, / yo no quiero estampas, / lo que quiero es Virgen de la Caridad…

Todo ese misticismo también nos trae a la memoria aquella décima, como himno íntimo, del escritor camagüeyano Emilio Ballagas:

Te dejo en tu altar, señora,
circundada de alegría,
cuajada en la melodía
del sol que tu frente dora.
Allí el arcángel te adora,
allí el amor soberano
te consagra por su mano
gaviota de los navíos,
patrona del pueblo mío.
¡Virgen de los océanos!

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