Por Ofelia Casa Madrid Alfaro, Etnóloga de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Maestra en Antropología Social (UNAM); y en Psicopedagogía (Universidad de la Habana).
Hablar de magia es, sin duda, una posibilidad de encantar, descubrir, transportar a las personas a una realidad extraordinaria. Y esta palabra aplicada a Bacalar queda perfecta, por la mezcla que Natura y Cultura han hecho en este rincón del mundo.
Si pudiéramos poner en cada uno de los colores de su laguna un girón de nuestra historia, veríamos aparecer a los antiguos mayas navegando rumbo a Guatemala, en sus canoas cargadas de miel y de algodón hilado, para retornar con jade y plumas de Quetzal. Esas con que engalanaban sus penachos los poderosos señores del Mayab.
Y en otro girón encontraríamos huellas de nuestros hermanos pueblos del Caribe, los mismos Caribes, los taínos, los siboneyes y otros navegantes del continente con los que se relacionaron nuestros ancestros. Con otro tono de azul veríamos el misterio de las aguas sagradas que dan la vida a esta bendita tierra, los adorados ríos subterráneos que nos han alimentado desde que aparecimos en la Península de Yucatán; pero también los cenotes con sus ofrendas milenarias, ambos progenitores de nuestra majestuosa laguna.
Otra porción nos dejaría ver una herradura de piedra bajo el agua, lugar donde los pescadores mayas hacían llegar los cardúmenes para atraparlos, tomar los necesarios y liberar a los demás. También aparecerían los manatíes, justo en la parte donde se unen los múltiples tonos azules de la laguna con el Río Hondo, y todas las especies que habitan el manglar. En los rincones azules más cercanos al cielo podríamos evocar a los destacados astrónomos mayas, que sabían cuando IxChel (la diosa madre Luna) mostraría sobre el agua su rostro entero, al atardecer, y recordaríamos a esos sabios que adoraron a Orión y conocieron las estrellas mejor que nadie.
Son muchas las cosas que se podrían contar y más los secretos que parecen guardar los diferentes azules de la Laguna de Bacalar: por ejemplo, existe un lugar cercano denominado Ichkabal, que fue un importante centro político de los mayas en la península de Yucatán, cuya ocupación inició en el Preclásico tardío (300-150 a.C.). Con base en las investigaciones realizadas a la fecha, se asume que fue durante los primeros años del Clásico temprano (250-600 d.C) cuando se efectuó la traza urbana y la construcción de edificios de carácter público (con funciones cívicas, religiosas y administrativas).
Ichkabal es una ciudad que alcanzó a cubrir 60 kilómetros cuadrados y muestra una gran planeación urbanística, aunada a una compleja ingeniería, semejante a la desarrollada en sitios como Izamal, Acanceh, Oxkintok, Komchen y Kiwic; y arquitectónicamente posee patrones estilísticos característicos del clásico tardío (600-850 d. C.) del Petén, en los que se entremezclan rasgos de los estilos Río Bec y Chenes.
Es interesante descubrir que, en muchas de estas construcciones, aparecen dibujos y referencias a diversos elementos naturales que también prevalecen en la indumentaria de la región: aves, venados o estrellas- que los actuales mayas bordan en sus tradicionales atuendos- como testimonio de una memoria ancestral que prevalece viva en la época moderna… aunque algunos no sepan que ellos son también, como la Laguna de los Siete colores, hacedores de magia.
Las piedras del Fuerte de Bacalar nos hablan y revelan secretos: ahí está un Museo de Sitio con interesante información acerca de los piratas ingleses, franceses y holandeses que saqueaban los barcos mercantes españoles e incursionaban en la ciudad causando múltiples saqueos a la población.
Durante la Guerra de Castas, el fuerte fue tomado por los indígenas insurrectos el 21 de febrero de 1858. Al paso de los años tuvo diversos usos de carácter militar, hasta que- en 1965- uno de sus cuatro baluartes fue adaptado como museo y declarado Patrimonio Histórico Nacional. El concepto museográfico estuvo a cargo del arquitecto Jorge Agostoni, de la Compañía Museográfica, S.C. Su colección está integrada por piezas arqueológicas mayas y objetos de la época colonial, planos, mapas y cédulas informativas. También posee un impactante mural del pintor Elio Carmichael (qepd), en el que el artista describe los acontecimientos históricos más relevantes de la región. En este espacio se realizan eventos culturales y cuenta con una tienda de artesanías.
En medio de la dominante cultura comercial de nuestro tiempo, un pueblo mágico como Bacalar, ofrece riquezas que no se comprar ni con todo el oro del mundo: la paz y la tranquilidad que Natura le regaló, pero también la posibilidad de relacionarse con gente de todas partes del mundo, como lo venimos haciendo quienes vivimos aquí desde hace ya muchos años; donde convivimos y compartimos todos los colores, olores, sabores y lenguajes, sonriendo por la calle, dando los buenos días, buenas tardes, buenas noches, en el idioma más amable -sin palabras- de esta energía colectiva que caracteriza la magia multi y pluricultural de Bacalar.
Hay comida para todos los gustos y bolsillos: desde los humildes y socorridos tacos hasta alta cocina internacional; tanto para los carnívoros como para los vegetarianos y los veganos. También para chatarreros, claro está. Platillos y postres regionales, vinos, cerveza artesanal, kombucha y otras bebidas.
Bacalar tiene un mercado modesto, rodeado de puestos con frutas, verduras y semillas, muy concurridos por nuestros visitantes. Los sábados y los domingos no puede faltar a la cochinita pibil de Don Vicente. Esos días hay que ir temprano al mercado porque se acaba pronto. Tampoco puedes irte sin probar la deliciosa Marquesita, postre regional elaborado con queso de bola holandés.
¿Dónde alojarse? En Bacalar hay desde hostales hasta suites, hoteles y lugares muy exclusivos, cuartos anunciados en las plataformas especializadas, también casas de campaña para todos los gustos y bolsillo. Sólo déjate conducir por tus sentidos o por tu espiritualidad y llegarás directamente a este pueblo mágico.
Foto de portada: Diego Solis.