Lázaro Hilario Tuz Chi
Existe en el mayab un hombre que con su fuerza, su palabra, su energía y su poder eleva al viento y al firmamento su alma y su espíritu, su nombre es Jmeen, el sacerdote maya. No hay fuerza en el universo que no pueda ser controlada y encomendada como acto sagrado a los creadores, que cuentan con un interlocutor como el Jmeen maya: el hombre que -con su virtud- conecta al ser terrenal con los señores creadores, con sus dioses a los que llama Yuumtsilo’ob. Este sentido ancestral del ser Jmeen se transmite de generación en generación como un acto sagrado de recibimiento del don otorgado por los antepasados, así se cree y se respeta entre los hombres y mujeres de los pueblos mayas.
La labor del Jmeen, sacerdote maya, es su dignidad en la sangre y el origen: no hay otra manera de ser Jmeen si no es por la sangre, por la pureza de su alma maya y por el acto ancestral de su origen y su progenie. Y así lo refiere cuando realiza su ritual sagrado: clama e implora ante los sencillos altares; pero también exige como dignamente le ha sido otorgado el poder, porque sabe cuál es su palabra sagrada, porque cada palabra que emiten sus labios recorre el firmamento de los ancestros en cada rincón, en cada esquina del cielo, en cada esquina de la tierra: Kantits’ le dicen.
No hay mejor manera de conocer al Jmeen, al auténtico maestro, más que en los rincones recónditos de los pueblos maya. Son los auténticos ancianos mayas que, dotados de sabiduría, hablan con los hombres, con los animales del monte y del solar, con los insectos, con los árboles, la lluvia y el mar. Pero también son los sabios del conocimiento de las plantas, de la milpa: los herbolarios, pues saben y conocen las plantas que curan y las que hacen daño. Han sido dotados con el poder para curar el alma, el espíritu y el cuerpo. Son los que, con virtud, leen el tiempo y el destino con el saastún, la piedra sagrada. Y lo hacen en lengua, en su romántica lengua: la maya, porque saben que es la única manera de comunicarse con sus creadores, con el ritmo sagrado de su voz macehual.
Para que un hombre pueda consagrarse como Jmeendebe nacer con una señal que sólo dan los señores yuumtsilo’ob, los señores creadores, quienes le asignan su poder, su fuerza y su virtud. Según su energía, es decir, su yool maya y su tiempo, habrá de ser Jmeen del fuego, del agua, de la tierra o del aire; y así se le asigna su poder, es de nacimiento dicen, lo que con el tiempo se revelará en sus sueños, porque ya está predestinado. Cuando un niño está destinado a servir a los señores creadores yumtsilo’ob, sedistinguirá por señales en forma de cruz en las palmas de su mano; o por un lunar en el dedo, o la marca de la chibalunaen la espalda; solo así se reconoce su virtud, porque sólo así se pueden comunicar con los Chako’ob, los señores de la lluvia, sus maestros. Y aún con la marca, el niño maya predestinado debe pasar por las pruebas del sueño sagrado, el que le entregan sus maestros creadores, donde habrá de enfrentarse con aves míticas, con serpientes y con las sombras malignas de los yo’ waayes, que buscarán impedir su ascenso. Y, al cabo del tiempo, podrá vencer con su virtud y su astucia, y consagrarse como Jmeen.
El auténtico Jmeen maya es un ser dotado de sabiduría por heredad y mantiene hasta nuestros tiempos los conocimientos ancestrales. Su función es vital para la continuidad del orden social en las comunidades mayas de hoy, y debe ser reconocido y respetado como oficiante religioso de las ceremonias y rituales en su comunidad: es el conocedor de las yerbas, el acupunturista, es el consejero de las familias, el que dialoga en los compromisos matrimoniales y entrega a los niños mayas en las ceremonias del jets’ meek’. Es quien comunica a los dioses mayas con el hombre; intercede en las peticiones sagradas de los ritos de la lluvia: el ch’aa Chaak; en los ritos de agradecimiento: el jaanli kóol; en el apaciguamiento de la tierra: el jets’ lu’um; es el que pide el maíz de la milpa: el jo’oche’; el que cura el alma de los enfermos: el k’eex. Es, por tanto, un ser con virtud.
El Jmeen maya sabe que su conocimiento le ha sido otorgado por los señores yuumtsiloob, los creadores del mundo; también entiende y respeta que su labor en la tierra le ha sido otorgada como regalo, como virtud y, si esto es así, entonces ¿qué hombre terrenal osaría poner en venta lo que por virtud le ha sido dado? De ahí que el auténtico sacerdote maya, el auténtico Jmeen, sea distinguido por su comunidad, porque su trabajo no tiene precio y, por tanto, se atiene a la voluntad de quien le busca cuando necesita ayuda y le agradece cuando es bendecido. Bienvenida es una bolsa de maíz o un huevo, o una bolsa de frijoles, bien una moneda que se da por voluntad del interesado. El Jmeen maya sabe que estas ofrendas son benevolencias que recibe con humildad y que luego ofrenda en las fiestas y novenarios de sus señores creadores, de sus santos y de sus patronazgos. Así se distingue y se diferencia de los charlatanes: aquellos que utilizan la noble labor de servir al prójimo como un negocio de dólares y de fetiches sin sentido.
El Jmeen verdadero, el maestro humilde de los pueblos mayas, no prostituirá el acto sagrado con charlatanería o creando poses sin sentido, inventos para ganar dinero engañando a los ingenuos e inventando rituales; ni vendiendo al mejor postor su conocimiento, pues sabe que su labor es tan sagrada que atreverse a violar los preceptos de su ancestralidad es condenarse al castigo de sus señores creadores. Así se indica dentro de la sencillez y el respeto sacro por sus ancestros. Podrás distinguir al auténtico maestro de un charlatán por sus actos, por su solidaridad y su humanidad. Un Jmeen, un auténtico sacerdote maya, no es aquel individuo que se exhibe y disfraza con ridículas vestimentas, o que se cuelga collares y caracoles, enciende fuegos nuevos, extiende certificados de bodas mayas, y hace limpias del cuerpo. El auténtico Jmeen, es aquel humilde campesino maya que da gracias por su cosecha en los más íntimos espacios de su comunidad, en su casa maya, en su solar, en su milpa, en sus espacios sagrados ancestrales. En el pequeño altar de su humilde casa pide, implora en silencio y agradece; ayuda al necesitado y aconseja. El Jmeen, el sacerdote maya, es el último ícono simbólico de la religión maya originaria y, en su incógnita representación en los pueblos del mayab, es el último exponente del origen sagrado de la religión maya originaria.
El universo cosmogónico y metafísico de los Jmeno’obes un reflejo de los tiempos sincréticos: aboga por el mundo cristiano, pero también por el mundo de sus ancestros mayas. Sabe que esta mezcla de pensamientos se refleja en sus ritos y, cuando eleva sus plegarias o payalchi’, entrega la energía y el alma maya al dios creador, a los santos católicos y a los señores yuumtsilo’ob, los ancestros. Y cuando muera, su alma y su pensamiento regresarán al origen, el origen que le da ser aj kaanan chaak, un nuevo cuidador de la lluvia, porque así lo indica su destino, es su marca, así fue dicho.